Cuenta el padre Ignacio Larrañaga en su libro "El hermano de Asís" que en el Adviento de 1223, días antes de celebrar la Navidad con la primera representación viviente del pesebre de Belén, san Francisco pasaba su tiempo en una gruta de las alturas de Greccio meditando en el misterio de la encarnación de Dios. Se sumergía en un gran silencio contemplativo...
Uno de esos días fray León, su compañero, le pidió que le dijera algo."-¿Palabras?- preguntó Francisco-. Las palabras adecuadas aquí son las lágrimas. Oh, hermano León, ¡el Señor ha sido demasiado bueno con nosotros! Cuando pienso en Belén, sólo me salen lágrimas. No sé hablar, hermano León. Sólo podría decirte palabras sueltas, pero mejor es el silencio con lágrimas".
Pero el hermano León insistió: "Dime esas palabras sueltas que te evoca el misterio de Navidad".
San Francisco cerró los ojos, mudo. Pasado un buen rato, comenzó al fin a balbucear esas "palabras sueltas" que le pedía su hermano.
"Belén. Humildad. Paz. Silencio. Intimidad. Gozo. Dulzura. Esperanza. Benignidad. Suavidad. Aurora. Bondad. Amor. Luz. Ternura. Amanecer".
Francisco volvió a sumirse en el silencio.
Desde hace siete años este espacio no es más que esto: unas cuantas palabras que brotan de contemplar en silencio el misterio de Belén. Cada pesebre habla. Es una cantera infinita de gracias que ayudan a vivir la vida en Cristo, a hacernos niños con el Niño, entre silencios y palabras.
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