Este pesebre me lo regaló mi papá en diciembre de 2018. Es una única pieza de cerámica, con las figuras de José, María y el Niño todas regordetas... dan ganas de pellizcarles esas mejillas rosadas!
No sé por qué los mofletes, especialmente los de los niños, inspiran hacer eso... hecho con cariño, es un gesto de ternura, una especie de caricia un poco más intensa...
Es un acto de confianza. Nadie haría eso a un extraño, ni siquiera a un niño, aunque los niños sí son capaces de agarrar los mofletes de otros niños y tambien de los adultos que no son de su círculo más cercano.
He observado recientemente, sobre todo a niños muy pequeños, casi bebés, hacer esto: acariciar el rostro de otros niños y apoyar sus mejillas en la cara de un adulto que, sin ser su madre, lo está cargando ocasionalmente.
Solo los niños son capaces de este acto de confianza y cercanía.
Pensando en nuestra relación con Dios, me pregunto si nos acercamos a Él así, como niños, como aquellos que revoloteaban alrededor de Jesús buscando sus caricias, o si lo hacemos llenos de falsos respetos humanos, con temor de esclavos o como quien guarda las distancias con un desconocido, la extiende educadamente la mano, pero ni pensar en darle un beso en la mejilla...
Me acordé de Teresita de Lisieux y de su santa audacia para reclamar un sitio en las rodillas de Dios... para acomodarse en ese regazo y hacer lo que hace todo niño: dejarse besar y acariciar y hacerle lo mismo a Dios...
Teresa estaba segura de que ése sería su sitio en el cielo porque, siendo tan pequeña y pobre, no podía "merecer" otro "trono" que el de las rodillas de Dios...
En realidad, no espero al cielo para experimentar esto pues realmente vivió su relación con Dios como verdadera hija pequeña, con la confianza y cercanía que los niños que se saben amados con amor de predilección tienen con su padre...
Relata la Madre Inés de Jesús -Paulina, la hermana mayor de Teresa-, que unos meses antes de morir, en julio 1897, Teresita estaba mirando una estampa que representaba a Jesús con dos niños. El más pequeño estaba sobre las rodillas del Señor y el otro, a sus pies, besándole la mano.
Entonces Teresa comentó: "Yo soy ese pequeñito que se ha subido a las rodillas de Jesús, que estira tan graciosamente su piernecita, que levanta la cabecita y le acaricia sin temor. El otro pequeño no me gusta tanto. Se comporta como una persona mayor; le han dicho algo... sabe que hay que tratar con respeto a Jesús...".
Un mes después, mirando cómo sor Genoveva -su hermana Celina- besaba los pies de Jesús en el crucifijo, le reprochó que no siguiera sus "enseñanzas" de la infancia espiritual hasta en los gestos más pequeños como éste: "Tú no sigues la doctrina del «bebé». Bésalo enseguida en las dos mejillas y déjate besar por Él...".
Qué más da... ¡a comer a besos esos mofletes del Niño Jesús!
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