Este pesebre lo compré en mayo de 2016 en la ciudad argentina de San Rafael (Mendoza).
Es una sola pieza, en cerámica, de colores intensos. Es muy hermosa la unidad que forman José, María y el Niño.
Pero quisiera reparar en el manto azul de la Virgen, que fue lo primero que me llamó la atención al ver este pesebre.
El azul es, prácticamente desde la Edad Media, el color predominante del amplio velo que lleva la Virgen en diversas advocaciones y representaciones.
Los tonos de azul más oscuros se asocian al dolor de María por el sacrificio de Jesús en la Cruz, mientras que los tonos de azul más claros, brillantes o luminosos están asociados al gozo y a la luz que nos trae la Virgen.
El amplio manto azul de la María también remite al cielo, un cielo cuya contemplación lleva a los ojos del alma a posarse en Dios. Un cielo que inspira amparo, protección, refugio. Cuando Dios se hizo Niño eligió cobijarse bajo el manto azul de María...
Pero Él no quiso guardárselo solo para sí. Y al darnos a María como Madre nos regala también su protección.
"¡Sería todo tan fácil si acudiéramos siempre a la Señora!", asegura el hermano Rafael Arnaiz Barón (1911-1938), monje trapense español, canonizado en 2009.
De él, comparto las líneas que siguen abajo, de una carta escrita en octubre de 1937 a su tío Leopoldo, y que me parece que son la expresión amorosa y agradecida de un corazón que se sabe bajo el manto azul de la Virgen.
“¡María!, cuántas cosas dice esa palabra... iSi yo supiera escribir! no sabría acabar. Esta noche quiero ponerte dos letras y expansionarme un poco hablándote de la Señora.
Es tan hermoso y tan consolador el cariño a la Virgen, que me dan pena los que no la conocen, los que no la quieren, aunque no sea más que un poco... y, sin embargo, querido hermano, ¿dónde
se halla el cristiano, por tibio que sea, que no se acuerde en algún momento de su vida de la Virgen María?
Todos, todos llevamos dentro algo que, después de Dios, sólo María puede comprender y puede consolar... Ese algo es criatura, ese algo es necesidad humana, es cariño, a veces dolor...
Es ese algo que Dios puso en nuestras almas, y que las criaturas no pueden llenar, para que así busquemos a nuestra María... María, que fue Esposa, que fue Madre, que fue Mujer... ¿Quién mejor que Ella para comprender, para ayudar, para consolar, para fortalecer?
¿Quién mejor que María, la Santísima Virgen, para refugio de nuestros pecados, de nuestras miserias?
iQué bueno y qué grande es Dios que nos ofrece el corazón de María como si fuese el suyo! iQué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria, que nos pone ese puente... que es María! ¡Qué bien hace el Señor las cosas!
¡Ah, si supiéramos amar a la Virgen, si comprendiéramos lo que significa para Jesús todo el amor que podemos ofrecerle a la Virgen! Seríamos mejores, seríamos los hijos predilectos de Jesús.
No sé si diré algo que no esté bien. Que Ella no me lo tome en cuenta y que Dios me lo perdone, pero creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen ... Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado... Yo creo que al amar a María, amamos a Dios, y que a Él no se le quita nada, sino todo lo contrario.
Es algo difícil de explicar, ¿me entiendes? Pero mira, ¿cómo no amar a Dios al poner nuestro corazón en lo que Él más quiere? ¿Cómo no amar a Dios, viendo su infinita bondad que llega a poner como intercesora entre Él y los hombres a una criatura como María, que todo es dulzura, que todo es paz, que suaviza las amarguras del hombre sobre la tierra poniendo una nota tan dulce de esperanza en el pecador, en el afligido...
Que es Madre de los que lloran. Que es Estrella en la noche del navegante. Que es... no sé... es la Virgen María.
¿Cómo no bendecir, pues, a Dios con todas nuestras fuerzas al ver su gran misericordia para con el hombre, poniendo entre el cielo y la tierra a la Santísima Virgen?
¡Cómo no amar a Dios teniendo a María!
¡Ah, hermano, es algo en que el alma se pierde... No comprende. Sólo le queda un recurso para no enloquecer... y es amar mucho; vivir arrebatado en amor a María, la Madre de Dios, la Virgen llena de gracia. La que nos ayuda en la aflicción cubriéndonos con su manto azul. La que en la tierra nos ayuda, para darnos luego en los cielos a su Hijo Jesucristo. La que es bendita y ensalzada por todos los coros celestiales. La que en la Trapa amorosamente sonríe cuando algún frailecillo llora.
¿Qué más te he de decir? ¿Quién soy yo para cantar las bellezas de María?
Nadie, ya lo sé. Pero no importa, cuando cogí la pluma me propuse hablarte de la Señora; recordarte que... -¡qué pretensión!- en los cielos está María, nuestra Madre...
¡Ah, si yo tuviera las palabras y el corazón de David, al mismo tiempo que tener mi fortaleza en Jesús, tendría mis debilidades en María... mi torre murada en Dios, mis consuelos en María (Salmo 18,2-3).
Tú dices muchas veces «todo por Jesús», ¿por qué no añades «Todo por Jesús y a Jesús por María»?
Sí, querido hermano, «en sólo Dios tengo puesta mi esperanza», dice el gran rey David (Salmo 17,3 )...
IAhl, si hubiera conocido a la Santísima Virgen, hubiera añadido: «Y esa esperanza es María». ¿No lo crees tú así?
No te extrañe, pues, que yo le tenga mucha devoción y que quiera que todo el mundo se la tuviera... ¡Sería todo tan fácil si acudiéramos siempre a la Señora!".
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