Este pesebre lo compré en abril de 2014 en una tienda del Ejército de Salvación, en Buenos Aires.Es un bajorrelieve de cerámica, patinado en un tono ocre, para colgar, con la figura del Niño Jesús durmiendo en el pesebre, mientras un ángel le contempla en adoración.
El ángel tiene sus manos abiertas, a la altura de los hombros, con las palmas de cara al Niño Dios. Es un gesto que los sacerdotes hacen en la liturgia. A mí también me recuerda al quinto modo de orar de santo Domingo Guzmán.
En este modo, el santo predicador abría sus manos frente al pecho, como si fueran un libro.
Dice en los "Nueve modos de orar", que el padre de los dominicos oraba así meditando la Palabra, como quien saborea la dulzura en su boca.
Pareciera que en este gesto, donde uno se observa las palmas, hay también encerrada una lectura de sí mismo, de la propia vida simbolizada en las manos, a la luz de la Palabra. Una vida que se deja iluminar y, al mismo tiempo, se ofrece en unas manos abiertas...
Luego santo Domingo entrelazaba sus manos, a la altura de los ojos, como urgiéndose a sí mismo.
En algunas representaciones pictóricas, se lo ve haciendo este mismo gesto, pero con las manos sobre el pecho, como quien desea guardar en el corazón el tesoro que halló en la Palabra.
Y después las llevaba a la altura de los hombros, abiertas, las palmas de cara al altar, como el ángel de este bajorrelieve, gesto con el que dirige la luz de la Palabra recibida a su entorno, una realidad que acoge, lee y ofrece al Señor.
Es, ciertamente, una bella forma de orar, profunda, que involucra a todo el ser, en cuerpo y alma.
Según el teólogo italiano Romano Guardini, "el cuerpo entero es instrumento y expresión del alma", pero nada "la sirve mejor, ni la expresa más fielmente que las manos y el rostro".
Guardini observa con la simplicidad de la sabiduría que cuando nos recogemos para orar, instintivamente juntamos las manos, como quien crea y protege un espacio de interioridad, la intimidad del encuentro personal con Dios.
"Pero cuando el hombre puesto en presencia de Dios, humilla su corazón, dominado por un profundo sentimiento de respeto, las manos se abren con amplitud y se juntan. Símbolo de modestia y de veneración: el alma asoma tras él, para traducir en ese gesto su propia palabra interior, humilde y apacible, o está en actitud de expectativa, atenta a la palabra divina. Símbolo, asimismo de abandono y de confianza, cuando hacemos en cierto modo prisioneras de los dedos divinos, esas manos que nos han sido dadas para defendernos", sostiene el teólogo.
Sucede también, añade Guardini, "que el alma en presencia de Dios se abre a los más generosos sentimientos de gratitud y de júbilo; y como si abriéramos todos los registros de un órgano desborda toda su plenitud interior".
"Otras veces un anhelo vehemente surge en el alma como una voz que nos llama. El hombre abre entonces espontáneamente las manos, las levanta, toma la actitud de Orante, para que ese río espiritual encuentre su cauce hacia el objeto amado y el alma pueda, a su vez, recibir en toda su plenitud los bienes que anhela".
Son nuestras manos, en suma, la "voz" de nuestro cuerpo en oración. Delante de Dios, en adoración, como el ángel ante el Niño, con ellas nos abrimos al misterio de la contemplación...
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