Este pequeño pesebre artesanal me lo regaló mi papá en diciembre de 2019. Es diminuto y está montado dentro de una cáscara de castaña. Este fruto es de alto valor nutricional y energético y tiene un sabor dulzón, pero viene recubierto por una cáscara dura y espinosa que se llama erizo y que, si uno lo encuentra por ahí, sin saber qué es, no se le ocurriría agarrarlo porque pincha ni mucho menos intentar abrirlo y aún menos sospechar que guarda dentro algo tan rico, nutritivo y bueno... Esto me hizo pensar en cuantas veces en la vida se nos presentan situaciones que son como estas cáscaras pinchudas de las castañas y cómo nos cuesta descubrir lo bueno, lo positivo que encierra lo que, a primera vista, solo pinta como algo puramente negativo. Cuando tuve estas primeras intuiciones contemplando este pesebre no tenía ni idea de que, un par de meses después, al escribir estas líneas, una pandemia nos obligaría a muchos a preguntarnos si una situación tan tremenda como ésta trae apare
«Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido» (Lc 2, 15).