En diciembre de 2015 con mis compañeros de trabajo jugamos al "amigo invisible" para Navidad. Por sorteo, cada uno debía hacer un regalo, de manera anónima, a uno de sus compañeros. El regalo que me hicieron fue un pesebre, hecho con vellón, traído de la ciudad argentina de Córdoba. Me encantó y, sin saber quién me lo había regalado, fui agradeciendo uno por uno... hasta que descubrí la identidad de mi "amigo invisible", Aitor Iturria, a quien agradezco el gesto delicado de alegrarme el corazón regalándome algo que sabe que me gusta y valoro tanto... Esto del "amigo invisible" me hizo pensar en cuántos bienes -materiales y espirituales- recibimos a lo largo de nuestra vida sin enterarnos nunca de qué manos provienen. De cuántas cosas que recibimos en nuestros primeros años de vida no somos conscientes... no podemos recordar quién nos acunó con paciencia aquella noche que éramos llanto vivo... Sabemos que nuestros padres o abuelos habrán hecho muchos de
«Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido» (Lc 2, 15).