Este Niño está en uno de los altares laterales de la Basílica de Santo Domingo, de Buenos Aires. Lo elegí para este Domingo de Pascua porque su figura inocente, revestida de blancura y con el cayado de la Cruz victoriosa, me habla de Jesús Resucitado. Pero más me dicen de su resurrección esos sus ojos, llenos de vida, de ternura, de paz, de misericordia... Pupilas de brillo delicado en las que se dibuja la Vida verdadera por Él conquistada y por Él dada... ¡Qué en esta Pascua nos descubramos vivos en la mirada del Resucitado! "La muerte ha madurado de ternura tu rostro, luz de Dios, semblante humano; el paso por la Cruz ha embellecido tus ojos, tus mejillas y tus labios. Y ahí estás, Jesús, para mirarte, del Padre y del Amor icono exacto; mirarte es comunión y paraíso, perdidos en tu faz, por ti mirados. Tu imagen es presencia y sacramento, el don total de Dios en ti donado; tu frente es el reflejo del Espíritu, tus ojos son el Padre remansado.
«Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido» (Lc 2, 15).