Este pesebre me lo regaló papá, quien lo compró en Miraflores, Lima, Perú, en noviembre de 2014. Es un retablo ayacuchano, una de las expresiones más típicas de la artesanía peruana. Se trata de un cajón de madera, con puertas, pintado a mano con motivos florales, y dentro las figuras del pesebre hechas en pasta. La escena es la de la Epifanía, la manifestación del Señor a los Reyes y los pastores. Hay una explosión de color, que a su modo habla de lo inefable de este momento. Hay ángeles, un cielo que parece abrirse... Hasta esos rayos vestidos de plata y oro, como una señal del Padre indicando quién es su Hijo muy amado, como en el Jordán, como en el Tabor... Y todo ello contenido en un cajoncito muy humilde, que, cerrado, por fuera, no resulta siquiera atractivo... Dios a veces regala la gracia especialísima de manifestársenos de un modo sublime, imborrable, epifánico... como a quien se le abren de par en par, ante sus ojos asombrados, las puertas de este retablo. Pero mayormente
«Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido» (Lc 2, 15).