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#249 Susana... y las muchas otras


Este pesebre llegó a mi en mayo de 2018. Las figuras son de metal, muy pequeñas, y están dentro de un cofrecito rojo.
Es un regalo de mi tía Susana y me quiero valer de su nombre para hablar de la única mujer del Evangelio llamada así.
Aparece en el capítulo 8 del Evangelio de Lucas, quien destacó al grupo de mujeres que acompañaba a Jesús y a los apóstoles: "Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes" (Lucas 8, 1-3).
A diferencia de María Magdalena y de Juana, de Susana no se nos dice ni de dónde era ni si estaba casada o no y con quién... pero nos queda su nombre, lo que la destaca, al menos, de las "muchas otras" que integraron aquel grupo.
Susana, a secas... y las "muchas otras", sin nombre. Modelos de un seguimiento de Cristo en humildad, que no busca fama o reconocimiento, ni atrae las miradas sobre sí sino que, con sus vidas, señalan al Maestro.
No sabemos sus nombres, pero donde quiera que se proclame este Evangelio sus testimonios de vida seguirán dando gloria a Dios.
Las "muchas otras" son, en primer lugar, mujeres que se reconocen alcanzadas por la Misericordia de Dios. Habían recibido del Señor salud física y espiritual. Y en esa salud, ese bien recibido, supieron ver el don de Dios.
Ese descubrirse amado, saberse curado por Dios, mueve al seguimiento y al servicio. Y estas "muchas otras" se volcaron a acompañar al Señor en sus caminos, sendas que recorrieron junto a otros también impactados de lleno por la Misericordia de Dios.
Las "muchas otras" sirvieron al Señor con su compañía orante y también ayudando con sus bienes... signo concreto de una caridad que ha comprendido que el bien que se entrega -material o espiritual- ha sido primero recibido gratuitamente de Dios.
¡Qué precioso el testimonio de estas "muchas otras" sin nombre! En ellas veo a tantos, hombre y mujeres de hoy, que siguen a Cristo y le sirven con fidelidad desde una vida oculta, silenciosa, cotidiana, sin aplausos... me dan ganas de decirles ¡felices ustedes, los de santidad anónima, porque sus nombres están escritos en el Cielo!

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