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#114 Nos ha nacido el Rey

Este es un pequeño cuadro, pintado sobre madera, que me regaló mamá en noviembre de 2013. Fue comprado en Buenos Aires y realizado por el taller Akathistos, hecho a mano con detalles de dorado a la hoja.
Se trata de la escena de la Adoración de los Reyes que forma parte del retablo La Anunciación (1425-1428), del italiano Fra Angélico, que, por cierto, es mi obra pictórica favorita y forma parte de los tesoros del Museo del Prado, de Madrid.
Entre la imagen central de la Anunciación y la inferior de la Adoración hay, por supuesto, más de una conexión, pero una muy significativa es la de la realeza de Jesús, una realeza que, como dirá el propio Cristo, no es de este mundo.
En la Anunciación, el arcángel Gabriel le había anticipado a María que su hijo ocuparía un trono real dado por el Padre. "Su reino no tendrá fin".
María creyó con una fe enorme pues supo acoger esta promesa más allá del sentido que el mundo da a la "realeza". Viendo la pobreza, el desamparo, en que nació Jesús, si María hubiera entendido la promesa del ángel desde la corta mirada humana... se hubiera sentido defraudada.
Hay que observar la escena: Jesús no tiene corona, ni vestiduras reales. Tampoco María y José, cuyas vestiduras son más pobres que la de quienes fueron a adorar a Jesús. Incluso su lugar de nacimiento es un retablo de madera y paja, al lado de construcciones más fuertes. Nada de tronos reales ni coronas...
¿Entonces dónde está la realeza de este Niño?
"Mi reino no es de este mundo".
Si queremos ver la realeza de Jesús con los ojos "de este mundo", no la veremos. Se necesitan ojos "de fe", como los de María.
Ojos como los de los sabios de Oriente, que representan la realeza "de este mundo" inclinada ante la realeza de Dios.
Se sacan sus coronas para arrodillarse ante Jesús, le entregan sus riquezas... con ojos de fe que sobrepasan lo que se ve a simple vista, un niñito pequeñito y pobre, para ver más allá, mucho más allá, al Rey de los reyes...
¡Qué en esta Navidad Dios nos conceda la humildad para dejar nuestras coronas en el suelo, ver el misterio del nacimiento de Jesús con los ojos de la fe y rendirnos ante la realeza del Amor verdadero!



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