
Este Niño me lo dio en julio de 2024 mi amigo Roberto Morresi.
Como ha sido un regalo por el Día del Amigo que celebramos en Argentina cada 20 de julio, me pareció buena idea tomarme de la mano de este Niño para escribir unas líneas sobre la amistad, la auténtica amistad...
Si Cristo es fuente y centro de todo amor verdadero, también lo es de toda verdadera amistad, que es una de las expresiones del amor.
Es Dios quien inspira el amor con el que amamos a los amigos hasta llegar a formar con ellos un solo corazón y una sola alma. En Él nace la verdadera amistad, crece y se perfecciona un vínculo que, si así se desarrolla, nos lleva también a la amistad con Dios.
La amistad así entendida son dos con Cristo en medio de ellos.
San Elredo de Rieval (1110-1167) define a la amistad espiritual como una "virtud que une las almas con el dulce lazo del amor haciendo de muchas una sola".
En su célebre tratado 'De spiritali amicitia' (sobre la amistad espiritual), este monje cisterciense y teólogo inglés plantea que la verdadera amistad nunca puede ser un mero sentimiento efímero o fortuito sino que tiene sabor de eternidad: "Nunca fue verdadero amigo el que pudo herir a quien anteriormente había recibido en su amistad, ni jamás gustó las alegrías de la verdadera amistad quien, herido, dejó de amar al que en otro tiempo había amado. Pues el amigo ama en todo tiempo; y, como dice san Jerónimo: 'la amistad que puede cesar es que no fue jamás verdadera'".
Elredo advierte que hay vínculos que muchos llaman de amistad y que, en realidad, no lo son. Para él, la auténtica amistad nace entre los "buenos", que no son los "perfectos" pero sí los que honesta y humildemente buscan la santidad como un don de Dios. Para éstos, la amistad se convierte en un camino compartido de búsqueda y lucha por la santidad, en el que se apoyan mutuamente y procuran el sumo bien para su amigo en cada paso de la vida.
Así, sostiene Elredo, "la amistad espiritual nace entre los buenos por razón de la semejanza de vida, de costumbres y de ideales, del mutuo sentir sobre las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad".
"Me parece que esta definición explica suficientemente la naturaleza de la amistad si por caridad entendemos, según nuestra manera de hablar, la exclusión de todo pecado, y por benevolencia expresamos esta facultad de amar que nos conmueve con su dulzura en lo más íntimo de nuestro ser. Allí donde se da tal amistad existe también, sin duda, el mismo querer y no querer, tanto más dulce cuanto es más sincera, y tanto más suave cuanto es más santa. Los que así se aman nada inconveniente pueden querer, nada conveniente pueden rehusar. Esta amistad está gobernada por la prudencia, regida por la justicia, defendida por la fortaleza y moderada por la templanza", afirma.
Como toda relación, la amistad es un proceso. Según Elredo, su comienzo debe estar guiado por "la pureza de intención, el magisterio de la razón y el freno de la templanza" y así sobrevendrá un "suavísimo afecto tan inefablemente penetrado de dulzura que no pueda dejar de ser ordenado".
La confianza mutua es un elemento esencial de toda verdadera amistad.
San Elredo afirma que sólo llamamos amigos a aquellos a quienes "sin ningún temor confiamos nuestro corazón con todos sus secretos" y a los que, al mismo tiempo, se sienten, a su vez, ligados a nosotros con "la misma fidelidad e idéntica confianza"
"Un amigo es el compañero de tu alma; unes y aproximas tu espíritu al suyo fundiéndolos de tal manera como si de los dos quisieras hacer uno solo. A él te entregas como a otro 'tú', nada le ocultas y nada temes de él", señala el abad de Rieval.
Elredo destaca la necesidad de contar con verdaderos amigos para no caminar solos, tener con quien compartir alegrías y tristezas, en quien apoyarse en las dificultades, de quien recibir consejo, corrección y ánimo.
"La amistad da su fruto en la vida presente y en la futura. Ella sazona con su suavidad todas las virtudes, destruye con su poder los vicios, suaviza las cosas adversas y modera las prósperas, de suerte que sin amigos apenas puede haber alegría entre los mortales. Sin ellos, el hombre se asemeja a las bestias, pues no tiene con quién compartir sus penas ni sus gozos, ni puede desahogarse cuando asaltan su alma pensamientos inoportunos, ni comunicar las ideas nuevas, sublimes, luminosas, que puedan sobrevenirle", afirma el monje.
Y añade: "Mientras vivimos en la tierra, no hay remedio más enérgico, más eficaz ni más excelente para nuestras heridas que tener quien nos compadezca en la desgracia, y se alegre con nosotros en la prosperidad. De manera que, según las palabras del apóstol, arrimados a los hombres, llevan sus cargas mutuamente, es más, cada uno encuentra la propia carga más ligera que la del amigo. La amistad ilumina la felicidad y aligera la desgracia compartiéndola y comunicándola. El amigo es, por tanto, la mejor medicina en esta vida".
"¡Ay del que está solo y cae sin tener otro que le levante! Verdaderamente está solo quien no tiene un amigo. En cambio, ¡qué dicha, qué seguridad, qué alegría si tienes alguien a quien poder hablar como a ti mismo,a quien poder confesar sin temor las propias faltas, a quien poder revelar sin rubor tus progresos en la virtud, a quien poder confiar todos los secretos y comunicar los planes que abrigas en tu corazón! ¿Puede haber cosa más agradable que unir un alma a otra de suerte que no formen más que una sola; de tal forma que entre ellas no se tema la arrogancia ni el recelo, que uno no se sienta herido al ser corregido por el otro, ni pueda acusarte de adulación al verse alabado por él?", se pregunta Elredo.
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