Si ya es una bendición grande tener hermanos en Cristo, compartir una misión concreta con ellos lo es aun más. Es, literalmente, vivir una página del Evangelio, aquella en la que el Señor envía a sus discípulos a anunciar el Reino en aquellos lugares a los que piensa ir.
Jesús no nos manda solos. Tampoco como parte de una multitud sin rostro. Nos envía de dos en dos y es Él quien elige quién es nuestro "dos en dos" y para quién seremos su "dos en dos".
Ser dos en camino, en misión, es un signo concreto de que quien evangeliza no somos nosotros "por las nuestras" sino la comunidad: Cristo y su cuerpo, que es la Iglesia.
Vamos de dos en dos porque ante todo, y antes que todo, somos testigos, testigos del Resucitado, y, siguiendo la antigua tradición, el testimonio de uno no basta, se necesitan dos.
Y somos dos porque no se puede ser testigo del Amor de Dios sin ser testigos del amor al prójimo. Y por eso estamos llamados a la comunión de vida en esta misión, a apoyarnos mutuamente, a aportar cada uno lo mejor de si, a aprender a perdonarnos el uno al otro, a darnos ánimo en el camino, a acomodar nuestros pasos al ritmo del otro... ése será, con la gracia de Dios, nuestro testimonio primero y eficaz.
"En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Juan 13, 35).
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