Lunes 22 de julio de 2024. Se va acabando el día en esta fría Buenos Aires. Son las 20:42 y mi hermano y amigo Rafa Gimenez me manda la foto de este Niño por WhatsApp. Lo veo idéntico a uno que tengo y le mando una foto de él. A los pocos minutos recibo este mensaje de Rafa: "Me acaba de salvar". Lo que sigue es su propio testimonio...
《Me senté en el bar. Venía de la Noche de la Caridad en Avenida La Plata e Hipólito Yrigoyen. Hacía frío y disfrutaba de la idea de un café con leche humeante. Me senté como siempre y encontré en el celular la página de Nati, amiga y fervorosa coleccionista de pesebres. Comparto con ella la convicción de que Navidad se celebra todos los días del año y no sólo el 25 de diciembre.
En ese momento decidí compartir con ella la foto del Niño que tengo en casa y que después de la pandemia adquirí en la librería Don Bosco, de la calle Yapeyú. Estaba en un rincón de la vidriera y me llamó la atención. Lo compré con la idea de dejarlo en un geriátrico que visito, pero los abuelos me desalentaron. 'Aquí no va a durar mucho", me dijeron.
Ya pasada Navidad, ofrecí llevarlo a la Noche de la Caridad, pero no me decidía. Un amigo salesiano con el que compartía un café, me dijo: "Mirá que a todos los niños les gusta salir". Y lo llevé. Fue un éxito
Tenía una foto en el celular. Me pasé un rato recortándola y se la envié a Nati. Intuía que le gustaría. A su vez me envió la foto de uno de sus Niños. Bastante parecido.
Dejé el celular al lado de esa soñada taza humeante.
"Escondé el celular".
Fue una intuición muy fuerte. Jugué un rato con la idea de ponerlo debajo de un plato. Pero lo dejé allí, a la vista. La verdad, no le hice caso.
Al rato escucho a mis espaldas. "Váyanse para atrás. Correte que te pego un tiro. ¡Los celulares!"
Seguí con lo mío.
Y la misma voz: "El celular y el anillo". Miré mi mano. Y sí, el anillo de casamiento era muy ostensible.
Un joven se acercó y puso la mano en mi brazo.
Repitió: "Dame el celu y sacate el anillo".
No hice ningún ademán de satisfacer su exigencia. Y apoyé mi mano sobre la suya, algo sucia y áspera. No alcanzaba a verlo porque estaba detrás y me lo impedía mi gorra.
"Discúlpame", le dije.
En ese momento alguno de ellos gritó "vámonos". Y salieron corriendo.
Cuando regresé a casa, miré al Niño y le dije: "Gracias, te pasaste"》.
En ese momento decidí compartir con ella la foto del Niño que tengo en casa y que después de la pandemia adquirí en la librería Don Bosco, de la calle Yapeyú. Estaba en un rincón de la vidriera y me llamó la atención. Lo compré con la idea de dejarlo en un geriátrico que visito, pero los abuelos me desalentaron. 'Aquí no va a durar mucho", me dijeron.
Ya pasada Navidad, ofrecí llevarlo a la Noche de la Caridad, pero no me decidía. Un amigo salesiano con el que compartía un café, me dijo: "Mirá que a todos los niños les gusta salir". Y lo llevé. Fue un éxito
Tenía una foto en el celular. Me pasé un rato recortándola y se la envié a Nati. Intuía que le gustaría. A su vez me envió la foto de uno de sus Niños. Bastante parecido.
Dejé el celular al lado de esa soñada taza humeante.
"Escondé el celular".
Fue una intuición muy fuerte. Jugué un rato con la idea de ponerlo debajo de un plato. Pero lo dejé allí, a la vista. La verdad, no le hice caso.
Al rato escucho a mis espaldas. "Váyanse para atrás. Correte que te pego un tiro. ¡Los celulares!"
Seguí con lo mío.
Y la misma voz: "El celular y el anillo". Miré mi mano. Y sí, el anillo de casamiento era muy ostensible.
Un joven se acercó y puso la mano en mi brazo.
Repitió: "Dame el celu y sacate el anillo".
No hice ningún ademán de satisfacer su exigencia. Y apoyé mi mano sobre la suya, algo sucia y áspera. No alcanzaba a verlo porque estaba detrás y me lo impedía mi gorra.
"Discúlpame", le dije.
En ese momento alguno de ellos gritó "vámonos". Y salieron corriendo.
Cuando regresé a casa, miré al Niño y le dije: "Gracias, te pasaste"》.
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